«LAS MANOS DEL CARPINTERO»

RETIRO MENSUAL (05/03/2021)

“LAS MANOS DEL CARPINTERO”

D. José Julio Fernández Perea, Sacerdote Diocesano de Getafe

En este retiro mensual del mes de marzo, Don José Julio Fernández Perea, Sacerdote Diocesano de Getafe, nos invita a fijarnos en “Las manos del carpintero”, las manos de San José. Y en esa misma invitación nos anima no sólo a aprender de San José, sino a la unión, la comunión con él. Pero no hay comunión sin semejanza y ésta se alcanza con el trato. En el trato con San José aprenderemos a quererle como Jesús y su devoción a él nos asegura una presencia verdaderamente protectora. El Señor quiso que Jesucristo tuviera con San José una relación de paternidad. ¿Eso qué quiere decir? El Papa Francisco en la carta Patris Cordie, cuando habla de padre en la sombra, dice que San José para Jesús es la sombra del Padre celestial en la tierra.

Un ejemplo destacable de la devoción a San José lo protagonizó San André Bessette, fundador del oratorio de San José en Canadá. El hermano André aprendió de su madre el amor y la confianza en San José. Cuentan que, a veces, lo encontraban “en conversación” con San José y que, a través de él, se llevaron a cabo más de 10.000 curaciones por la intercesión de San José.

Y para conseguir esa cercanía, Don José Julio nos propone en este retiro acudir a San José para mirar a su corazón. La devoción del pueblo cristiano ha representado el corazón de San José rodeado de una corona de lirios, signo de su pureza y de su predestinación a ser esposo de María y a cumplir con la misión de paternidad de Jesús. A ese corazón nos dirigimos. Pero el corazón se expresa con la vida y nos podemos fijar, para conocer el corazón de san José, en sus manos, en las manos del carpintero. Porque, nos dice Don José Julio, Jesús tiene el corazón del Padre, el rostro de la Virgen y las manos de San José. Esas manos que forjaron al niño Jesús como hombre. Esas manos con las que, en un villancico de Cristóbal Diosdado, San José se pregunta cómo va a dormir al niño. Unas manos que como dice ese mismo texto, “hubieran parado los azotes que le dieron”.

Y para centrarnos en la importancia de esas “manos” nos remite el padre José Julio al Antiguo Testamento. Cómo, en diferentes momentos, presenta a toda la obra de la Creación, al hombre y a la acción protectora de predilección de Dios sobre el pueblo, como las obras de las manos de Dios. Pues bien, José es elegido para hacer visible, con Jesús, esta providencia de Dios. Las manos de San José reflejan, con total transparencia, las manos de Dios, por eso nosotros tenemos que ponernos también en esas manos. En San José hay una entrega absoluta a Jesucristo con un amor sólo semejante al de la Inmaculada. Por eso debemos pedirle querer a Jesucristo como él.

“Sus manos de carpintero hubieran sangrado, parando, los azotes que le dieron…” La lectura de la Carta a los Hebreos nos recuerda cómo, cada vez que pecamos, volvemos a crucificar a Jesús. Debemos pedirle esa disposición de San José: “Señor, con mis manos me gustaría parar yo los azotes que te damos”. Es el espíritu de reparación en la vivencia del Misterio Pascual. Ese espíritu de reparación que tenía San José en el alma, en su corazón. San José aceptó ponerse en el medio. Ese es el amor que podríamos pedir a San José. No es sólo saber aceptar los sufrimientos de la vida, es dolerme del rechazo de Cristo, de las lágrimas del Señor y ponerme en medio. No ir contra los enemigos, no llenarme de la ira.

En este retiro en el Santuario del Sagrado Corazón de Jesús, asegura Don José Julio que se recrea hoy una de las revelaciones que tuvo Santa Margarita María de Alacoque: un Cristo entronizado derramando ante los apóstoles del Corazón de Jesús un manantial de dones de gracia, un manantial de misericordia, perdón, purificación y de amor. Y es aquí donde podemos pedirle ahora todo lo que necesitamos y que nos parece imposible: “Señor dame el corazón y las manos de nuestro padre San José porque yo también quiero que sangren parando los azotes que te dan, parando los clavos del madero. No me avergüenzo de la Cruz, no me avergüenzo de verte así, crucificado, no me avergüenzo de ensuciarme con tu sangre y unirla a la mía en la entrega sencilla, cotidiana.” Así, en las manos del Crucificado puedo ver la paternidad de San José. Y puedo asociarme a Él en la Cruz con el amor reparador de San José.

Para terminar, Don José Julio nos sugiere a que “cada cosa de cada día, aunque sea insignificante, podríamos hacerla con este amor, con el amor de San José.”